Entrevista con Pedro de Vasconcelos, Gerente del Servicio de Financiación para Remesas del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), y experto mundial en remesas e inversiones de la diáspora.
- ¿Qué significa el número creciente de familias que reciben remesas en todo el mundo?
- Venimos observando este fenómeno de la gente que envía dinero a su país desde principios de siglo. Cuando empezamos, nos sorprendimos al saber cuánto dinero enviaban los migrantes a sus familias, unos 200 dólares americanos cada dos meses. La cifra agregada era increíble por lo que representaba entonces para las economías de esos países. Y lo sigue siendo.
El año pasado se enviaron 647.000 millones de dólares americanos en remesas a países de renta baja y media. Esta cifra es superior a la suma de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) y la inversión extranjera directa recibida por estos países. Y las remesas siguen aumentando cada año, incluso en tiempos de crisis. Sin embargo, los flujos de remesas parece que siguen siendo invisibles incluso a simple vista.
Este fenómeno nos interesa especialmente porque la mitad de estos flujos van a zonas rurales pobres de todo el mundo, donde creemos que desempeñan un papel si cabe más relevante.
¿Cómo pueden aprovechar de forma rentable las familias estos fondos?
Una idea errónea en torno a las remesas es que sólo se destinan al consumo personal. Esta idea no podría estar más alejada de la realidad. Las remesas se utilizan para poner comida en la mesa y hacer frente a la pobreza de muchas familias de trabajadores migrantes. Las remesas se utilizan para pagar la educación de los niños, las facturas domésticas y gastos médicos. También facilitan la igualdad de género, o incluso ayudan a enfrentar los problemas climáticos. Los migrantes se sacrifican dejando a sus seres queridos para buscar mejores oportunidades para ellos y sus familias. Algunas remesas también se utilizan para financiar actividades agrícolas o rurales que generan ingresos, así como para financiar pequeñas y medianas empresas. Nosotros trabajamos para hacer mejor uso de estos fondos con ese propósito, y para fomentar la inclusión financiera de las personas más vulnerables.
¿Qué futuro les espera a los migrantes y a las familias que envían remesas en relación con la agenda de desarrollo 2030?
Creemos que las familias que envían y reciben remesas son el rostro humano de la globalización. Los flujos y los patrones migratorios siguen aumentando. En el periodo posterior a la pandemia de COVID-19, las remesas han cobrado aún más importancia como fuente de financiación externa. Y han demostrado su resiliencia. En 2022, los flujos de remesas aumentaron un 8%. A su vez, los flujos migratorios se encuentran en niveles récord en la historia reciente. Hay una mayor demanda de mano de obra y los migrantes responderán a esa demanda porque tienen que seguir apoyando y proveyendo a sus seres queridos en su país de origen.
¿Cuáles son las necesidades de los trabajadores migrantes? ¿Cómo ayuda el FIDA a estas familias a sacar el máximo partido de sus remesas?
Las familias necesitan tener a su disposición más alternativas para utilizar sus fondos. El FIDA está ayudando con el acceso a las mismas y facilitando que las remesas lleguen a casa de forma más rápida, barata y segura. Pero una vez que son recibidas, podemos ayudar a crear más opciones para que las aprovechen al máximo. Y por eso vemos, sobre todo en el desarrollo y la transformación rural, el potencial que podrían tener las remesas si se canalizaran y aprovecharan a través de los servicios financieros rurales. Es decir: ahorro, crédito o seguros. Servicios muy sencillos, pero a los que muchos millones de familias receptoras de remesas no tienen acceso. Y esto puede cambiar o transformar la vida de esas familias y de las comunidades en las que viven.
¿Cuál es el papel de la diáspora y cómo ayuda el FIDA a la diáspora a invertir en los países de origen?
Puede que algunos trabajadores migrantes no envíen remesas, pero sí que acumulan ahorros y desean apoyar a sus comunidades de origen. Este apoyo ha evolucionado más allá de la clásica donación de dinero para construir una escuela o un hospital. Este enfoque filantrópico sigue existiendo y es muy bueno, pero la diáspora en el extranjero está dispuesta a invertir, obtener un rendimiento y reinvertir. Esto es la inversión de impacto de la diáspora.
Tenemos que cambiar nuestra mentalidad y empezar a ver a la diáspora y los trabajadores migrantes como socios fundamentales para la cooperación al desarrollo. Es imprescindible que el sector público y los gobiernos, así como las organizaciones internacionales, comprendan, reconozcan y consideren la posibilidad de trabajar conjuntamente, para responder de forma coordinada a las necesidades de los migrantes y sus familias en el país de origen. Esto tan sólo funciona si el sector privado entiende que aquí hay una oportunidad de ganar dinero. Todos salimos ganando. Los migrantes y sus familias necesitan más servicios que el sector privado no les ofrece. Pero podrían hacerlo y sería un negocio viable. Es sólo un cambio de mentalidad. Necesitamos crear conexiones que generen confianza mutua y fomenten las inversiones. Por ejemplo, el sur de Europa hizo muy buen uso de sus migrantes y bancarizó tanto a ellos como a sus familias, y los conectó con otros servicios.
¿Puede explicar con un ejemplo cómo ayuda el FIDA a la diáspora a invertir en sus países de origen?
El FIDA aborda las dificultades principales, como la falta confianza, información o capacidad de ambas partes. Por ejemplo, invertir en Malí ahora mismo es muy difícil. Sin embargo, la diáspora no renuncia a sus seres queridos ni a su país de origen. Otro ejemplo es Somalia, donde realizamos nuestro mayor proyecto, el más exitoso, en un momento en que los donantes, incluido el FIDA, eran incapaces de invertir en proyectos. La diáspora no sólo estaba enviando dinero, sino que también invertía. Nosotros simplemente facilitábamos las inversiones. Entendimos los retos a los que se enfrentaba la diáspora y apoyamos esas inversiones en términos de capacitación. Hay una infinidad de problemas que dificultan las inversiones de la diáspora, pero son algo factible.
En la clausura del Foro Mundial sobre Remesas, Inversión y Desarrollo. ¿Cuál es la trascendencia de este Foro?
El Foro ha sido la antesala del debate que tendremos en la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre sobre la Agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Durante más de tres días hemos destacado la importancia que tienen las remesas para la agenda de desarrollo sostenible, dejando claro el papel que tienen los migrantes y sus familias en sus países de origen. Uno de los temas más interesantes es el vínculo con la adaptación al cambio climático. Es una cura de humildad saber que las inversiones en agricultura procedentes de las remesas de los trabajadores migrantes representan al menos cuatro veces la ayuda mundial a la agricultura.
¿Cuál es la conclusión principal que se llevará del Foro a la Cumbre sobre los ODS de septiembre?
El reconocimiento. Es una palabra muy sencilla y no cuesta nada, y es la solución. Reconocer que todos salimos ganando, reconocer que los migrantes contribuyen enormemente, simplemente ayudémosles a hacerlo mejor. No nos fijemos sólo en su dinero, y mantengamos viva la perspectiva humana.
Cuando le entrevistemos el próximo Día Internacional de las Remesas Familiares, ¿cuál sería la noticia que le gustaría dar?
Me gustaría poder decir que ya no estamos debatiendo sobre la importancia de las remesas. Las remesas son fundamentales. Sabemos que son un salvavidas para cientos de millones de personas. Lo vimos durante la pandemia. La inclusión financiera es una de las mayores oportunidades de desarrollo que las remesas ofrecen a los países de renta baja y media. Sin embargo, todavía necesitamos que todas las políticas de inclusión financiera incluyan a las remesas, como ocurrió con las microfinanzas hace años.
Espero que hayamos contribuido de forma más sustancial a la consecución de los ODS, y que los Estados Miembros se hayan implicado y tomado más medidas al respecto. También espero que las instituciones financieras consideren a las familias que envían y reciben remesas como clientes merecedores de sus servicios, y que los gobiernos e instituciones de desarrollo las consideren como socios cruciales para el desarrollo.
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