Cambio climático, escasez de agua y buenas cosechas: el Valle de Guadalupe en la mira

Ante los escenarios de cambio climático, donde el tema del agua es toral para el sector productivo, la sostenibilidad de los cultivos dependerá en gran medida del conocimiento que está generando una nueva camada de biólogos.

Se trata de especialistas que buscan tanto mejorar el entendimiento sobre aspectos básicos de las plantas, incluyendo comprender cómo crecen, sobreviven, se reproducen y se aclimatan al medio físico, como brindar respuestas basadas en evidencias científicas para mejorar el uso y manejo de los recursos naturales.

Respecto al uso del agua, las interrogantes abarcan cuestiones cruciales en estos momentos: ¿Cómo afectará la sequía en el futuro a las plantas? ¿qué predicciones climáticas se esperan para la región? ¿cómo reducir el riego sin disminuir el potencial de cosecha? Responder esto puede dar la pauta para establecer técnicas de intervención efectivas.

Y lo hacen, además, en el Valle de Guadalupe, un escenario complejo (por vocación de suelo, falta de agua y desordenado crecimiento poblacional) cuyo desarrollo es obligadamente multifactorial.

Tierra del vino

Para dimensionar la importancia de este valle, su vocación vitivinícola y las investigaciones que ahí se realizan, revisemos algunas cifras.

Datos actualizados a 2017 por la Comisión de Fomento a la Industria Vitivinícola de la CONAGO señalan que en los valles del municipio de Ensenada se cultivan 3 mil 175 hectáreas de uva, de las cuales 2 mil 559 hectáreas son para vino tinto y 616 para vino blanco.

“Más del 80% del vino mexicano se produce en las siguientes regiones de Ensenada: Valle de Guadalupe, Valle de San Vicente, Valle de Ojos Negros y Valle de Santo Tomás”. Las principales varietales son Cabernet Sauvignon (714 hectáreas, con una producción de 3 mil 377 toneladas al año); Merlot (242 hectáreas, mil 167 toneladas al año); Tempranillo (188 hectáreas, 890 toneladas al año); Chenin Blanc (233 hectáreas, mil 055 toneladas al año) y Nebbiolo (187 hectáreas, 882 toneladas al año).

Hace 10 años, en el Valle de Guadalupe había entre 10 y 15 vinícolas, empresas que producen y comercializan vino, pero ahora se pueden contabilizar alrededor de 110.

Un logro importante, sin duda alguna, sobre todo si se consideran aspectos biofísicos, como lo señala en su tesis doctoral Diana Celaya Tentori (“El desarrollo del sector vitivinícola en Baja California (2000-2013): Un análisis desde la perspectiva del desarrollo endógeno”, El Colegio de la Frontera Norte).

“Derivado del crecimiento poblacional del municipio de Ensenada y de las políticas que privilegian el uso urbano de los recursos hídricos sobre el agrícola, el tema del agua se convierte en una cuestión toral en la agenda del sector productivo, como un factor de sustentabilidad de la producción vitivinícola en el estado. A pesar de que existen varios temas de interés del sector que requieren de la intervención del gobierno para su solución, no se detectan relaciones institucionalizadas, si bien ahora se tiene una mayor vinculación entre el sector productivo y el público a través de la Asociación de Vitivinicultores de Baja California”.

Y nada más importante en este momento para el sector que la falta de agua y el incremento en la temperatura. De acuerdo con la doctora Tereza Cavazos Pérez, investigadora del CICESE, los escenarios de cambio climático entre 2015 y 2039 para temperatura, unidades de calor y precipitación generados con un modelo británico, muestran que en Baja California siguen siendo viables los cultivos de vid (la temperatura promedio estaría en 20 grados centígrados).

Unidades de calor

En términos generales, las regiones aptas para el cultivo de vid tienen una acumulación entre 1700 y 2000 unidades de calor entre abril y octubre. En Sonora sobrepasan las 3 mil unidades de calor; por eso producen uvas de mesa. En Mexicali rondan las 3 mil unidades y tienen el mismo tipo de cultivos, incluso pasitas, a diferencia de los valles en el municipio de Ensenada, que tienen entre 1500 y 2000 unidades. El valle de Napa, en California, tiene alrededor de 1500 unidades de calor.

Para finales de este siglo, el modelo indica que en Baja California se tendrán temperaturas promedio entre 22 y 24 grados centígrados, pero se seguirían teniendo escenarios con menos de 2000 unidades de calor, aptas para la producción de vinos. Al menos con variedades como la Cabernet Sauvignon, que es una de las que resiste altas temperaturas y la que más se siembra en el estado.

Sin embargo, a finales de siglo se prevé para esta región un descenso de 9 por ciento en la precipitación de invierno, junto con un incremento en las lluvias de verano. Este aumento en la humedad relativa en verano sumado al aumento previsto en la temperatura, podría favorecer la permanencia de las enfermedades de la vid en el Valle de Guadalupe y su propagación a otros valles.

Pero la falta de agua se considera un problema más fuerte que estas plagas para la región.

El agua

Mientras la construcción del acueducto para el envío de agua tratada de Tijuana al Valle de Guadalupe no sea una realidad, el único aporte de agua para el valle sigue siendo el acuífero que lo alimenta (que tiene dos subcuencas: El Porvenir y Calafia) y que, para sorpresa de nadie, está sobre explotado. El ingeniero Jezrael Lafarga Moreno, gerente operativo del Comité Técnico de Aguas Subterráneas (COTAS) del Valle de Guadalupe, en una ponencia presentada en el primer Simposio sobre el Agua en el Valle de Guadalupe, informó que la disponibilidad media anual que dio a conocer la CONAGUA establece que hay un déficit de -18 millones de metros cúbicos en el acuífero. En 2015 se había considerado que era de -12 millones.

Plomería de plantas

En el CICESE, Rodrigo Méndez Alonzo es parte de un grupo de investigación que combina el estudio de las interacciones de los organismos entre ellos y con su medio abiótico (la ecología), y el estudio de los mecanismos y procesos que ocurren hacia el interior de los individuos que permiten su aclimatación o adaptación al medio físico (la fisiología), para diseñar y optimizar algunas técnicas que contribuyan a incrementar la sustentabilidad de la agricultura en regiones semi-áridas. Unas son novedosas, como la agricultura de precisión, o bien muy antiguas, como la micro irrigación que ya se practicaban hace 2 mil años. Para esto emplean nuevas tecnologías como el uso de vehículos aéreos no tripulados, cámaras multiespectrales, estudios de suelo y mediciones de parámetros como el potencial hídrico (estrés hídrico) de las plantas, entre otros.

Para entender cuánta agua requiere una planta echan mano de una rama de la fisiología que es la arquitectura hidráulica o “plomería de plantas”, que estudia el transporte continuo del agua a través de la planta, desde el suelo hasta la atmósfera.

En este sentido, Rodrigo Méndez informó que el CONACYT aprobó el proyecto “Evaluación del estrés hídrico en cultivos de climas semiáridos a partir de imagen multispectral y térmica validada por monitoreo ecofisiológico”, con el que pretende evaluar la variación en el estrés hídrico ya no a escala de una hectárea o menos, sino en toda la región del Valle de Guadalupe. “Con este estudio obtendremos valores de referencia del potencial hídrico, evapotranspiración y de variación espectral en los cultivos de vid y de olivo. Se medirá la variación espectral tanto en el visible como en el térmico e infrarrojo cercano, a escala de las plantas individuales, y se correlacionará con los valores obtenidos por imágenes de plataformas aéreas. Esta información permitirá a los agricultores de la región comparar sus valores con valores de referencia para mejorar sus prácticas agrícolas”, concluyó.

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